Pienso luego existo
“Y dicen que no tengo el control” pensaba la mujer mientras se dirigía al baño. Pilar Pérez rodeaba los 50 años, era alta, esbelta y si la mirabas durante un largo rato, casi no notabas las líneas de expresión que se le formaban cerca de sus enigmáticos ojos cafés, esos ojos que escondían más que pudor y vergüenza.
Mientras caminaba al baño recordó donde guardaba las pastillas que alguna vez compró cuando no pudo dormir. Se engañó a si misma y se dirigió a su velador, tranquila como siempre, abrió el cajón y miró un par de fotos de cuando estaba casada, sonrió por un segundo, y las dejó sobre la cama. De la manera más elegante planeó su siguiente movimiento. Tomó el frasco lleno de pastillas y lo abrió suavemente como si se tratase de algo frágil, de algo vivo, miró el contenido y comenzó a recitar. “una por mi padre, el único que me quiso de verdad”, y tragó una pastilla. Contempló a ver si hacía efecto pero no pasó nada. “una por Francisco” e ingirió otra pastilla de manera rápida, esperando por cualquier señal, pero fue en vano. En su desesperación tomó varias pastillas y gritó “una por ti, inocente. Mejor, todas por ti Diego. Te maté, te maté y ahora me acechas” la locura cegaba su mirada y cada suspiro era una nueva pastilla.
Cayó al suelo, e intentó pensar por última vez, y recitó “si este es mi último pensamiento, me declaro a mi misma inocente de todos los cargos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario